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viernes, 2 de julio de 2010

PALABRAS


PALABRAS


La vida es aquel verso
que acarició la piel y besó el alma.
O así, al menos, la quiero vivir yo.
Porque…

¿Sabes, amigo?
A veces, el corazón no se protege en aceros
ni consume hidratos a ritmo de bongos;
a veces, no se presenta blindado,
sino que llora nieves
y no es más que un pantano de lamentos
o una marisma de sinsabores,
luciendo melaza por coronarias
y vertiendo sedas en la sangre;
a veces, el corazón se vuelve niño
y hasta puede ser que detone
en un arrebato de verbenas.

Y es entonces cuando preciso
que las realidades se tiñan de romero,
espliego o tomillo,
y se adornen de hierbabuena y albahaca;
que se acicalen, los segundos de hiel,
con jazmines y azahares;
que se turben, tímidos,
los malos pensamientos,
ante un regalo de luz de estrellas;
que la cólera y la rabia
se engalanen de tisú y gasas
y se contagien de lo sutil de las mismas,
siendo apenas un suspiro leve
o el gemido quedo que se abrace al silencio
y, en silencio, desaparezca.

Será que, cuando la vida no me gusta,
amigo mío,
me la tengo que inventar
para que luzca galana.
Será que los sueños de niña
no se me durmieron bajo el ala de algún duende
y piden su espacio en la realidad que me circunda.
Será que cuando miro dibujos que parecen sombreros,
voy más allá y veo boas y elefantes dentro.

Porque,
¿Sabes, amigo?
Necesito pensar que las mañanas
depararán, siempre, una gota de rocío
que ha de temblar, incierta,
en el pétalo aterciopelado de una rosa;
necesito saber que cada tarde
me regalará una paleta de colores
y las brochas de una suave brisa
para que pueda embadurnar, a placer, el horizonte
con alegres pinceladas de aliento;
necesito pensar que las horas duras
no son más que níveos copos de algodón
y esquirlas de estrellas,
que llenarán el día de cadencias y de reflejos de plata.

Un día descubrí las palabras,
y descubrí que en ellas estaba todo,
lo profundo y lo superfluo;
lo ignoto y lo conocido;
lo amargo y lo dulce;
lo alcanzable y lo imposible.
Descubrí que, con ellas,
yo podía tejer ilusiones
y borrarles los tiznes de carbón a la realidad
para que luciera limpia y esplendorosa.
¡Bastantes barrios obreros
de sucias caras negras
se nos regalaban!
Yo podía pintar las fachadas de reluciente blanco
y llenar los balcones de geranios, margaritas y alegrías
Y descubrí que, en los momentos más tristes,
podía olvidarme del negro que emborrona
y, como mucho,
dejarme llevar por una dulce melancolía de lluvia
en los cristales de mi particular existencia,
en un gris atemperado que quisiera ser,
tal vez, azul
o, igual, ser albo.

Descubrí las palabras, sí,
y me percaté que me pertenecían;
eran mías y nadie, nunca,
podría lesionarlas
pues sólo yo tenía poder sobre ellas
Y ese día supe que quería ser poeta.

Hoy sé que no las domino,
que tienen vida propia...
Pero que están ahí,
para que yo haga con ellas filigranas.
O para que las mancille de por vida.

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