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miércoles, 7 de julio de 2010

CANDELA. Capítulo III (último)


Cuando el escritor se empleaba en el penúltimo capítulo de su novela, ocurrió un inquietante incidente que lo precipitó todo. Su cuñado norteamericano le llamó desde Los Ángeles para decirle que su hermana se hallaba en fase terminal y que los médicos la habían desahuciado; “agoniza”, fue la palabra dicha. El escritor hizo los preparativos para viajar a los Estados Unidos y dos días antes de su partida Candela apareció con una figura de yeso que según dijo representaba a Santa Bárbara. La estatuilla  era la imagen de una Virgen que sujetaba un cáliz y una espada en sendas manos:

-Amor, mi virgencita curará a la tata ¡ya verás! –El escritor la miró con odio, quería a su hermana y le repugnó ver a su chacha como banalizaba un momento de dolor familiar con aquellas supercherías de analfabeta. Se cortó en reprenderla al decidir que apenas volviese de Los Ángeles la dejaría. Con expresión concentrada, Candela prendió un cigarrillo y aguardó a que se consumiera para inspeccionar las cenizas en silencio. Cuando terminó con sus auspicios, anunció con suma seriedad:

-Se cumplió la petición. Llama a tu cuñado, la virgencita te ha escuchado. –El escritor consiguió una hora más tarde comunicarse con James -su cuñado-, su hermana se había recuperado “milagrosamente” según le hizo saber llorando de alegría. El escritor dirigió su mirada incrédula a Candela que sonreía de una oreja a la otra, y por primera vez, comenzó a sentir miedo.

A los dos semanas del milagro, al escritor se le presentó la oportunidad de realizar un reportaje sobre la Feria del libro de Frankfurt y sin despedirse de Candela marchó para Alemania. Desde la habitación del hotel, el escritor, apenas hubo deshecho su maleta, telefoneó a Candela para decirle que no quería seguir con ella. La mujer lloró, renegó, le suplicó, le reprendió que hubiera incurrido en aquella deslealtad de romper con ella por teléfono a cientos de kilómetros sin el valor de decírselo a la cara, también le advirtió que lamentaría su decisión y que le estaba devolviendo mal por bien. El escritor encajó los pucheros de su ex asistenta replicándole que ya no la quería, que sólo le tenía cariño; que la había amado, pero que ella le había decepcionado; que no podía obligarle a quererla ni a estar juntos, si no era eso lo que sentía. Cuando colgó el teléfono, el hombre se acercó a la ventana y asomándose por ella, se dedicó a contemplar durante un rato las aguas calmas y grises del río Main sobre las que se deslizaban intermitentemente enormes y perezosas barcazas fluviales. Por fin –exclamó, y una cálida sensación de alivio calentó su espíritu.

Cuando el escritor regresó a su pueblo, lo primero que hizo fue entrar en la taberna a tomar un café y de paso borrar los dos mensajes que Candela había dejado en su teléfono móvil. El primero enunciaba: “Sin ti me undire”, no te hundirás porque la mierda flota, pensó el hombre mientras lo eliminaba. En el segundo SMS le dejaba un aviso que hizo que el escritor se riera con ganas: “Si no buelbes conmigo, intentare contra mi vida”. Al entrar en su domicilio se encontró a Candela en el estudio con expresión entristecida y severa, los surcos de rimel le llegaban hasta el contorno del mentón. 


-¿Sabes encender un ordenador? –se sorprendió el escritor al comprobar que la mujer había estado leyendo su novela.
-Mi Kevin me ha enseñado. ¿Esa tal Maripuri del libro, soy yo? –añadió señalando el texto reflejado en la pantalla. -Pensaba que había otra mujer, pero esto es mucho peor.
-No mujer…
-Por favor, no me mientas más, ya he tenido suficiente. ¿Tan tonta me crees, tan ignorante me encuentras que piensas que no veo lo que ha pasado? ¿Y por qué no soy como tú, me desprecias? Lo que tú has hecho si que es despreciable, tú sí que das lástima. ¡Qué pena que no hayas sabido valorarme! Yo te amaba sinceramente, con mis defectos, porque sí, soy cotilla; pero te amaba limpiamente, con toda la ilusión y el cariño que una mujer puede poner en un hombre. Me has quebrado el corazón, has utilizado mi cuerpo y me has robado el alma –Candela hablaba con una elocuencia desconocida hasta entonces. –Has jugado con mis sentimientos, y eso es lo peor que se le puede hacer a una persona, sólo lo supera el asesinato; y todo lo hiciste porque convenía a tus intereses de mierda. El otro día me enteré por un documental que cuando una ostra es agredida por un grano de arena, el animal lo envuelve en nácar y fabrica una perla. Yo me recuperaré, saldré de esta experiencia siendo mejor persona, pese a todo seguiré creyendo en el amor. Superaré este momento amargo en el que has pagado con ingratitud y traición, la entrega y la generosidad con que te amé. Tú en cambio, no eres bueno y saldrás de ésta peor aún, más ciego a todo lo que es noble, con las manos manchadas de egoísmo, podrido por la indiferencia -el escritor la escuchó asombrado, jamás hubiese dicho que aquella vacaburra estuviese dotada para el lirismo. Seguro que lo había ensayado, no cabía duda, tras zamparse veinte culebrones. Decidió no interrumpirla, estaba intrigado en saber como acababa su monólogo. -¿Esta es la única copia que guardas de la novela?
-Sí.
-Pensé en tirar el ordenador por la ventana y destruirlo todo para que te quedaras sin librito. Pero será mejor que vendas tu novelita, tú mismo te harás daño. En esta vida nadie se va sin pagar factura, el mal que has hecho te vendrá a ti. Le pediré a mi virgencita que se encargue de que lo pagues –y sacando a la luz la medalla de oro por entre el canalillo de sus tetas, la besó con devoción. -Conmigo te vino la suerte y se marchará conmigo. Estas maldecido.
-Cuando salgas por la puerta deja las llaves sobre el recibidor y haz el favor de lavarte la cara, pareces una puta violada.


El escritor se pasó el resto de la tarde releyendo a Nietzsche, su filósofo de cabecera: “Dos cosas anhela el hombre de verdad –proclamaba el bigotudo-: el peligro y el juego, por eso quiere a la mujer, que es el juguete más peligroso”. Leyó la sentencia y al relacionarla con Candela, no pudo evitar desternillarse en una carcajada.

Pasaron diez meses desde el abandono, y la maldición que le había lanzado Candela no parecía surtir efecto. Muy al contrario, el escritor vivía un momento dulce. Su novela se acababa de publicar y la acogida de la crítica era excepcionalmente buena. El más reputado crítico del país reseñaba su novela en el suplemento literario del diario de mayor venta de la siguiente manera: “Una isla se hunde en el mar como consecuencia de la subida del nivel de las aguas a causa del cambio climático. A los habitantes parece no importarles que la isla se colapse, así que se van adaptando a los inconvenientes que les supone las nuevas circunstancias, hasta terminar acampando en los tejados, un cambio de vida que realizan sin aspavientos ni excesivas valoraciones. Lo que les preocupa realmente a los vecinos de la isla es el poder ocultarse mutuamente sus muchos secretos y el despellejarse los unos a los otros. Así pasan de envidiar quien posee el coche más caro, a envidiar quien tiene la lancha fuera borda más moderna. El narrador de la historia es Nikita, una lagartija que se cuela en todas las casas para contarnos con insobornable objetividad todo lo que ve, ella será el único ser que sobreviva. Después de Balzac y su Comedía Humana, esta es la mejor disección de la condición humana que se ha realizado desde entonces, describe maravillosamente la decadencia de nuestra civilización”. Una semana después de la presentación de su novela, el escritor recibió la angustiada llamada de su cuñado, su hermana había sufrido una recaída súbita y brutal en su enfermedad. Sin demora, la misma mañana en que le concedieron el visado, el escritor se dirigió al aeropuerto y una hora antes de embarcar sufrió unos terribles dolores de estómago acompañados de vómitos y hemorragia. En el hospital donde le operaron de urgencia, el cirujano le mostró una radiografía:


-Ve esta sombra. ¿Ha comido recientemente en algún restaurante chino?
-Justo antes de ir para el aeropuerto, pero no sé que puede tener eso que ver.
-La sombra es un microchip, lo llevaba el gato o el perro que le sirvieron en el menú.
-Doctor, eso es una leyenda urbana. Eso no le pasa a nadie.
-Pues a usted le ha pasado.
 
Su segundo intento de cruzar el Atlántico también se malogró. Cuando ya habían pasado las Azores, uno de los pasajeros, un famoso cantante de tecno-rumba que ya había subido entonado al aparato, comenzó a insultar a las azafatas porque no le servían más alcohol, y como uno de los pasajeros reprendió su actitud, comenzó a propinarle golpes, desatando una terrible pelea. El comandante del vuelo, entendiendo que se veían comprometidas las condiciones de seguridad aérea, decidió regresar al aeropuerto de origen pese a que habían transcurrido más de cuatro horas desde el despegue. El tercer intento de trasladarse a América fue exitoso, excepto por las muchas turbulencias sufridas y que por culpa del mal tiempo se vieron obligados a aterrizar a cientos de kilómetros del aeropuerto de destino, además de que le extraviaron el equipaje. Durante todo el viaje, el escritor estuvo espantando, temeroso de que se produjera una catástrofe aérea, convencido, pese a lo ridículo de la idea, que la maldición de Candela se cebaba en él. Al llegar a Los Ángeles, el delicado estado de salud de su hermana le movió a instalarse por varios meses en la ciudad, tiempo en el que se sucedieron las desgracias: fue tomado como rehén en un atraco a un banco; le atropelló una furgoneta rompiéndole una pierna; y le sobrevino una galopante disfunción eréctil. Con todo, su hermana logró estabilizarse, aunque no logró recuperar el saludable nivel que había experimentado coincidiendo con la intercesión de Candela a la Virgen. Al entender que ya no era de utilidad seguir junto a su hermana, el escritor regresó a España. Habían pasado sólo tres días desde su vuelta a su domicilio, cuando una llamada telefónica del alcalde le convocó a un acto de homenaje a su persona para aquella misma tarde en el salón de plenos del Ayuntamiento. Pletórico y perfumado, el escritor se dirigió a su cita, contemplando desde lejos con satisfacción que a la entrada del Consistorio se agolpaba una muchedumbre. Al aproximarse, pudo distinguir algunos rostros familiares. Allí estaban el cartero putero, el párroco bujarrón, la farmacéutica promiscua, el ludópata de la rotonda, el camello del pueblo, el bombero espiritista, el conserje lascivo y siete marujas adúlteras, junto a otros de sus personajes. Todos ellos se habían reconocido en la novela, amalgamados en una indignada y amenazante turba que se encrespó al advertir la presencia del escritor, erizada de gritos e insultos, jalonada de crispados gestos de odio. Capitaneaban la algarada el jefe de la policía local, asistido por el hijo yonqui del alcalde. El escritor comprendió que debía correr, pero le dieron alcance. Fue un segundo antes de que Putanieves le mordiera en el brazo, antes, por supuesto, de perder el conocimiento, antes del trauma cráneo-encefálico; que atravesó la conciencia del autor un relámpago de estupor: sus personajes le estaban propinando una brutal paliza. Algunos días después del linchamiento, un médico trataba de convencer al escritor que la vida seguía siendo hermosa y repleta de alicientes y le ofrecía todo el apoyo que necesitase para adaptarse a su nueva condición de parapléjico.

2 comentarios:

  1. Triste relato.No se si merecido final para el hombre,curiosa forma de terminar.
    De cualquier manera el amor es un sentimiento siempre es exagerado de la condición humana que en muchas ocasiones muchos vividores y personas sin excrúpulos aprovechan para sacar algún beneficio personal.
    Lástima de candela que no atendío ninguna llamada de alerta que seguramente estaba encendida. Exagerado final para el hombre, es que a veces la vida te trata según lo merezcas.

    Amar incondicionalmente, es peligroso, pero el que ama de esta manera también saca beneficio porque se nutre de cachitos de cielo que hace que la vida baile todo el rato para tí, que todo parezca tener música; es como un orgasmo permanente.¡Que pobreza de hombre!

    Me gusta lo que escribes.

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  2. Bueno, el amor es subjetivo y Candela necesitó muy poco para enamorarse, se enamoró con muy poca base, aunque eso no exime de que el escritor no sea trigo limpio. Al final, la humilde y marujona fregona queda en un plano de superioridad moral por encima del tipo.

    El final es drástico, pero si un final contundente, se quedaría en la historia más vieja del mundo; la del señorito que se tira a la chacha.

    Muchas gracias por tu comentario, sinceramente te lo agradezco.

    Un abrazo para ti, Carmen.

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