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martes, 29 de junio de 2010

PIGMALIÓN Y GALATEA

Os dejo el depertar de Galatea, surgida del docto cincel de Pigmalión. Os cuento ese despertar en dos textos, íntimamente ligados. En el primero, Pigmalión se enfrenta a la piedra (Pigmalión, a los primeros rayos de sol) y, en el segundo, Galatea despierta a la vida (Galatea despertó del sueño de la pieda enamorada)




PIGMALIÓN A LOS PRIMEROS RAYOS DE SOL

Había estado lloviendo muchos, muchos días; durante demasiados días grises, pero ahora, el tímido sol parecía querer romper la que casi se había convertido en nube de piedra. Sus timoratos rayos comenzaron a calentar el gélido ambiente y, así, poco a poco, el frío remitía y la luz se convertía en única protagonista. Aquello le permitía un resquicio a la esperanza.

Su fluctuante carácter, su ser de ida y vuelta, ante el sol, se reavivaba y se ofrecía nuevo y, aquel día, de forma especial, sintió que la creatividad dormida tanto tiempo, como el sol de primavera, despertaba del letargo frío y húmedo. Aquel hombre, tanto tiempo sumergido en los abismos del pensamiento caníbal, creía que de la roca, del barro o del metal, como prisioneros o esclavos cautivos, sólo surgirían seres dolientes como su propio yo. Cual Miguel Ángel, quiso verse artífice de la liberación, arrancando a la piedra su tormento, al barro su dolor y el sudor al inerte metal. ¿Podría él, acaso, liberar a sus esclavos para ser, de algún excelso mausoleo, tenentes de lujo?

No, la atormentada energía, la "terribilità" michelangiolesca, no parecía su herramienta en aquel momento. Y, desde luego, su erróneo pesar por el gris había quedado relegado al olvido con los rayos de sol que ya prometían inundarlo todo

Se enfrentó a la piedra, una vez más, sintiéndose como la divinidad única que habitara en el cenit de un espacio infinito y virgen. Y sus dedos, otrora agarrotados por el frío de su helada sangre adormecida, parecían ungidos de virtuosismo y, ante él, nacida como si santificada fuera antes, incluso, de su bautismo, empezó a surgir bella una sirena de estrellas.

Magia. Sintió la magia que lo impregnaba todo. La sintió en el mineral que tomaba cuerpo en sus manos. Allí no había esclavos ni cautivos, sino vida alegre que porfiaba por cantar a la mañana.

Surgió, del mármol, bella; se modeló dulce y cadenciosa y resultó ser perfecta, su Galatea.




GALATEA DESPERTÓ DEL SUEÑO DE LA PIEDRA ENAMORADA


Absorto ante la contemplación exhausta de su obra perdió la noción del tiempo. No en vano, nunca antes de sus manos y su cincel había surgido nada comparable. La belleza más excelsa, aquella que sólo habita en sueños, había quedado cautiva en el mármol blanco. Y él se sintió, de pronto, como su carcelero. Si ante la piedra soñó liberar al esclavo que la habitaba, ahora se advertía como su celador y guardián.

No pudo evitar que sus manos, casi como si de un rito sagrado se tratara, acariciaran la epidermis de roca, suavemente, maravillándose de que, ante el paso admirado de sus dedos, el tacto no fuera frío, como prometía el granítico joyel, sino de terciopelo.

Una y otra vez sus dedos marcaron el camino que los ojos bendecían en el cuerpo inerte de Galatea y, una y otra vez, sintió el contacto cálido que anunciaba un torrente de sangre tras la piedra.

Un irrefrenable impulso se apoderó de todos sus pensamientos y sus actos y, abandonándose a él, de forma apasionada, unió sus labios con los de la bella escultura. La sangre se agolpó en su boca y, con igual calor, la sangre le devolvió el beso. Un torbellino de fugaces luces y de ansias eternas, dormidos en su ser desde que el tiempo era, despertó a borbotones en su cuerpo y sintió el arrebato de amor más pasional de toda la historia de los hombres.

Y su obra respondió con la misma intensidad en aquel beso y en aquel subir al cielo. La desnudez vítrea del alabastro se cubrió de sepias y oros; se ruborizó la pétrea piel de cera ante el contacto de otra piel y un ligero temblor recorrió toda la anatomía de la talla. Se adivinaron los surcos azulados de unas venas por las que corría la vida, palpitando. Y de los labios surgió, apenas audible, un ligero suspiro de placer.

Galatea despertó del sueño de la piedra enamorada.

domingo, 27 de junio de 2010

UN DÍA PARTICULAR EN LA VIDA DE GREGARIO GARCÍA (por Héctor)



UN DÍA PARTICULAR EN LA VIDA DE GREGARIO GARCÍA


El día empieza mal, Internet no funciona. Lo que fuese que se hubiese averiado no podía haber escogido un momento más inoportuno. Gregorio García, sentado en calzoncillos frente a su portátil, se siente frustrado;  está nervioso, la hazaña cometida el día anterior pesa demasiado en su ánimo. Con el propósito de informarse acerca de su proeza por otro medio, decide vestirse y acercarse hasta el quiosco de la esquina, pero lo encuentra cerrado. Un cartel sujeto con celo explica el motivo: huelga de los repartidores de prensa. Gregorio se cabrea y con gesto agrio barrunta un par de tacos. Es domingo, poco más de las nueve de la mañana y ya todo parece torcerse obedeciendo a una espesa conspiración del destino. Sabe que será difícil, pero quizás en la fotografía que publiquen -porque publicarán imágenes de aquel despelote, eso es seguro- llegará a reconocerse. Gregorio busca esa foto, necesita esa foto, ya ha decidido que la colgará en el estudio y que aprovechará aquel marco de madera que tiene por casa (bastará con quitar el diploma de asistencia al campeonato de petanca del camping y asunto resuelto). Todavía con el resquemor reciente de haberse encontrado cerrado el quiosco, Gregorio se pone a los mandos de su coche para ir a la gasolinera a comprar el pan. Por el camino nota que el vehículo emite un sonido sincopado, que le alarma, las pequeñas catástrofes se van acumulando una tras otra. Conecta la radio para distraerse, sintoniza su emisora deportiva preferida y lo que escucha de boca del locutor le indigna: El seleccionador nacional de fútbol excluye nuevamente a R de la convocatoria ante el decisivo partido contra Irlanda del Norte: “¡Valiente hijo de puta! ¿Por qué no lo echan? ¿Cómo coño queremos clasificarnos si R no juega?”. Ojalá le pusieran a él de seleccionador, se encargaría de poner a todos esos vagos a correr. Definitivamente -dictamina- son todos unos putos señoritos que no sienten los colores.

Al llegar a la gasolinera, extrae su tarjeta de crédito para pagar el pan y es entonces cuando ocurre el incidente: La-tonta-del-culo-de-la-dependienta, una-inmigrante-latina-de-mierda, certifica mentalmente Gregorio, al leer su nombre en el carné de identidad, va y dice:

-Señor Gregario García.
-Gregario no, Gregorio, me llamo Gregorio García ¿Tanto cuesta leer Gregorio?
-Usted perdone, caballero.

Compungido, Gregorio vuelve a su vehículo. La cosa que más le jode en esta vida es que le cambien el nombre; “eso, eso, te... despersonaliza”, alcanza a decirse Gregorio. Ya ha blasfemado siete veces y aún no son las diez de la mañana. Se detiene en un semáforo y contempla una valla publicitaria que aún exhibe un cartel en el que se solicita el voto para el partido del Gobierno. Gregorio lo contempla con desdén. Está muy decepcionado con el actual Gobierno y piensa votar a los otros -al principal partido de la oposición- en cuanto convoquen nuevas elecciones. Lleva toda la vida votando más o menos alternativamente a uno de los dos partidos mayoritarios. No suele dedicar mucho tiempo a pensar en la política, hay veces en que a pie de urna decide a quien va a votar. La última vez que adquirió una tostadora le supuso un mayor esfuerzo de reflexión intelectual que la tarea de escoger candidato, al fin y al cabo no vale la pena matarse pensado en ello. “Todos los políticos son iguales”, sentencia solemnemente mientras la señal de paso se pone en verde. Ya se había olvidado del ruidito de marras, pero éste vuelve a manifestarse.  Gregorio piensa que ya es hora que vaya considerando en cambiarse el coche, ya tiene dos años y medio y, con la rapidez con que evoluciona el mercado automovilístico; pronto se quedará obsoleto, quizás debería ir comprando revistas de coches para empezar a comparar modelos. Su vecino se ha comprado un Audi; Gregorio lleva toda la semana pensando en ello. Por el empleo que tiene su vecino, deduce que ese gilipollas gana incluso menos dinero que él, así, que no entiende cómo se ha podido comprar un coche mejor que el suyo. En general no entiende cómo hace la gente para llevar el tren de vida que lleva; que si coche nuevo, que si segundas residencias, que si cruceros con toda la familia...  Pensar en  todo ello le pone enfermo, incluso melancólico, Gregorio cree que la vida le está negando goces legítimos. Nuevamente se detiene ante otro semáforo, otra valla publicitaria que anuncia una empresa de reunificación de créditos le da la respuesta al enigma de su vecino: ¡Claro! El hijo de puta debe haber renovado la hipoteca. “¡Coño! yo también puedo hacer lo mismo!” Rumía que la parienta igual no lo ve tan claro. Ya puede oír las objeciones que opondrá su mujer. Habrá que añadir algo para endulzarle la píldora, le dirá que junto al todoterreno irán la secadora de ropa por la que suspira y unas vacaciones en Eurodisney con los niños.

Gregorio aparca en su calle, entra el bar que hay frente al edificio en el que vive y pide un café con leche y un cruasán. Ramiro, el dueño del bar, le dice que a él tampoco le han traído la prensa. Gregorio recuerda que Manolo -su compañero de almacén- vive apenas a un par de manzanas y tiene internet en casa. Gregorio sabe que Manolo no le pondría reparos si quisiera consultar algo en su ordenador, el problema es que no quiere que se entere de su proeza; ni él, ni nadie del trabajo. Sus compañeros no pueden entender lo que Gregorio ha hecho, están genéticamente incapacitados para ello, son gente adocenada, buena gente, pero borregos. Hay que tener mucho valor, una mente muy abierta y gran anchura de miras para atreverse a participar en algo como lo del día anterior. ¿Cómo explicarle a los mangurrinos del almacén su falta de pudor en el momento de salir al césped? Y explicarles, además, que lo ha hecho voluntaria y gratuitamente, por amor al arte. Gregorio constata con orgullo que hay que tener mucha personalidad para llevar a cabo lo que él se ha atrevido a hacer. Nuestro héroe ultima el cruasán y descarta visitar a Manolo. Por otra parte, es casi seguro que su compañero le entretendrá -es un buenazo, pero un plasta-, y la verdad es que querría ver el Gran Premio de automovilismo de Malasia que retransmiten por televisión y antes tiene que lavar el coche. Además, luego le ha prometido a su mujer que irían con los niños a pasar la tarde en el centro comercial,  ya que es el único domingo del mes en que abre. Y más tarde queda cenar con la familia en el McDonald´s. A Gregorio le priva comer en los McDonald’s, es de los que se deleitan con la flojedad del pan y la blandura de la carne, le arrebata ese rastro de insatisfacción que deja la hamburguesa en la boca, ese deseo imperioso de pedir otra. Piensa en que esa noche irá a la hamburguesería y la idea le mece el apetito. Como siempre que van, adoptará una pose un tanto desdeñosa, dirá que a él no le gusta la comida basura y que todo en conjunto es una americanada, pero que hay que sacrificarse por los niños.

Gregorio regresa a su casa. Sin convicción pone en marcha el ordenador y ¡bingo!, internet vuelve a funcionar. Inmediatamente consulta las ediciones de la prensa digital, encuentra la noticia que busca y se concentra en la imagen que la acompaña. Un fotógrafo recorre el mundo retratando multitudes desnudas para mostrar plásticamente la vulnerabilidad del ser humano. Gregorio cree reconocerse, está seguro, señala con la uña la pantalla, un píxel le ha inmortalizado. Fuerza la mirada apretando los párpados y frunciendo el ceño; sí, es él, está allí, recuerda donde le colocaron, está allí, junto a otras cinco mil personas que posan desnudas sobre el césped del estadio. Gregorio García y cinco mil desconocidos más, semejantes a una bandada de flamencos asustados, una masa rosácea de cuerpos apretujados. Gregorio alza la mirada de la pantalla y suspira orgulloso, es una estrella entre miles, un astro cuya luz personal se solapa hasta la insignificancia, sepultada entre la amalgama obscena de aquella cárnica vía láctea.


REGALIZ Y PILARÍN (un relato conjunto; por Amelia y Héctor)



REGALIZ Y PILARÍN 

 

REGALIZ 




¿Te acordabas acaso de mí?.

Soy Regaliz. ¿Te acuerdas?. Sí, creo que sí, no puedes olvidarme del todo. Aunque ahora esté dormido en el fondo de un armario, triste y olvidado y el polvo se haya ido acumulando en mis muchas cicatrices. Durante años fui zurcido y remendado a pesar de que  cada una de las heridas en mi sufrido cuerpo eran, en ti, llantos e hipos.

¡Te acuerdas!... Sí, no puedes negarlo. Por eso hoy has abierto el armario y me has buscado; y tu abrazo me ha reconfortado. Eso sí,  tengo una gran pena, ¡qué hayas tardado tanto!.

Eras un crío, apenas unos pocos años, dos quizás, acaso tres, o a lo sumo cuatro. Algo más de cuarenta años han pasado y ¡Cuántos recuerdos!... Tantas y tantas noches juntos: tu cama era mi cama. En tu errático deambular por las camas de la casa te he seguido; siempre ibas tiernamente abrazado a mi desgastada pana. En la cama de los papás, en tus primeros años, junto al calor amable de mamá -que así también yo la he considerado- y los pequeños ronquidos de papá, que casi nos acunaban;  o, durante esas noches de miedos, en la cama de alguno de tus hermanos mayores, que de mí tanto se reían; O en la cama supletoria, cuando algún amigo venía a casa y se quedaba a dormir, desplazándonos los dos a ella; aún recuerdo el muelle suelto, el que me provocó aquel costurón tan grande que luzco en toda mi espalda


Testigo he sido de todos tus miedos; de aquellos que acallaste y aquietaste en tu mente gracias a los fuertes achuchones que me dabas. Tu carita dulce era mi almohada en esas noches. Y aquellos suspensos que alguna vez trajiste y que, en mi cuerpo, encontraron el consuelo; o las confidencias sobre aquella pelirrojilla pecoseta que tanto rabiar te hacía...  ¡si hasta me clavabas las uñas en mi, ya por entonces, ajada piel de paño!. Y, ¿te acuerdas?; tu primer beso, en mí lo escenificaste, sin pudor -bueno, a mí sí lo produjo, aún no sé como no lo sentiste, pero creo que hasta se encogieron mis costuras-. Y, luego, las decepciones, que también lloré contigo. Los exámenes tan duros, junto a tu mesa de estudio, tantas noches. ¿Y el primer día de universidad?...

Pero poco a poco me fuiste arrinconando. Un buen día, me apartaste de aquella mesa de estudio dónde tanto y tanto habíamos pasado y fui relegado a una estantería. Desde allí asistí a otros abrazos furtivos en noches fugaces; y aquella pecoseta, que antaño tanto te hiciera rabiar, fue haciéndose la dueña del que otrora fuera mi regazo.

Un buen día, te fuiste de aquella casa y me quedé solo, durante meses y meses, en la habitación vacía y oscura. Pero al tiempo volviste, lloroso, un día. ¡Un hombretón enorme, llorando como un niño! Y te acercaste a mí, sin verme. Cogiste un libro del estante inmediato y, no sé bien cómo, caí al suelo. Y entonces sí, entonces me cogiste con mimo, me miraste profundamente a mis negros azabaches y te comprendí: estabas solo. Esa noche volví a sentir tu calor. Compartí otra vez tus alterados sueños y tus lágrimas mojaron mi reseco cuerpo hasta que,  el final te pudo el cansancio y tus ojos vencieron a la vigilia: despertaste fuertemente agarrado a tu regaliz... Aquella noche creí que habías comprendido, por fin, el dolor que sentí en tu ausencia.


Muchas noches más fui tu confidente, de nuevo. Volvía al estante muchas veces, pero en muchas otras te acompañaba en tus desvelos. Sin embargo, el tiempo me deparaba, de nuevo, tristes augurios y, de nuevo, poco a poco,  me condenaste al olvido. Otros brazos volvieron a abrazar tu cuerpo y te volviste a avergonzar de ese peluchito y terminé otra vez en un rincón del armario, esta vez por mucho tiempo.

He llorado calladas y secas lágrimas demasiadas noches... esperándote... pero no has llegado ninguna de ellas.. El día me deparaba nuevas esperanzas, pero caía de nuevo una noche solitaria, sumida en la espera y el desconsuelo. Sin embargo, siempre he seguido confiando en tu regreso. 

Hoy tristes realidades te traen de nuevo, tu alma precisa consuelo ¿verdad?. Y vuelves a mí. No te preocupes ni te avergüences, yo no tengo nada que reprocharte. Me dejaré de nuevo abrazar y, con todo mi quieto, silencioso e inanimado cariño, seré de nuevo consuelo y compañía.  No me importa el olvido al que me sometiste, ya lo he olvidado. No me importa, no con tu abrazo, porque ¿sabes, amigo? ¡yo te he querido!.Y ya no me importa el silencio en el que he vivido, porque, ¡siéntelo, amigo!, ¡¡¡YO TE QUIERO!!!




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PILARÍN
 



¿Te acordabas acaso de mí? ¡Cabrón! 


Soy Pilarín. ¿Te acuerdas? Sí, creo que sí, no puedes olvidarme del todo. Mi cuerpo era tuyo y lo usabas a tu antojo. Mi boca, mi vagina y mi ano estaban siempre a tu disposición. Yo soportaba tus acometidas y tus eyaculaciones sin protestar, con los ojos abiertos, en silencio. 


¡Te acuerdas!... Sí, no puedes negarlo. Por eso me has buscado, y has llorado después de correrte, abrazado a mí, lamentando que hayas tenido que volver a cobijarte en mi despreciado cuerpo. Eso sí,  tengo una gran pena, ¡qué hayas tardado tanto!  


Eras un crío, apenas un mozalbete adolescente, cuando entré en tú vida. Tenías más espinillas en la cara que granos de arroz tiene una paella y el brazo derecho más musculado que el izquierdo, de lo mucho que le dabas a la zambomba. Yo cambié tu vida sexual. Fui tu primer amor, los primeros pechos duros que babeaste. Algo más de cuarenta años han pasado y ¡Cuántos recuerdos!... Tantas y tantas noches juntos: tu cama era mi cama. En tu errático deambular por las camas de la casa te he seguido; siempre ibas tiernamente abrazado a mi cuerpo. Me follabas en la cama de tus papás cuando ellos no estaban, también en la cama de alguno de tus hermanos mayores, que de mí tanto se reían; O en la cama supletoria, cuando algún amigo venía a casa y se quedaba a dormir, desplazándonos los dos a ella; aún recuerdo el muelle suelto, el que me provocó aquel costurón tan grande que luzco en toda mi espalda. Luego me cedías a tu amigo. 


Fuimos muy felices, pero poco a poco me fuiste arrinconando. Un buen día, aparecieron otras chicas de dudoso gusto con  el maquillaje, calzando botas de caña alta, tatuadas más arriba de la rabadilla, mascando chicle y con piercing en la lengua. Tú les dabas dinero y ellas te hacían todo tipo de cosas. Solías fornicarlas sin preocuparte que yo estuviera presente en la misma habitación, sentada en un rincón; más de una vez me salpicaste a propósito. Aquellas putas me miraban, se reían y gastaban bromas a mi costa. Nunca te importaron mis sentimientos. En ocasiones, me obligabas a compartir el lecho con tus putitas, en enloquecidos tríos. Yo lo aguantaba todo estoicamente, convencida de que mi amor podría cambiarte. 


Luego entró  en tu vida la pecosa, aquella frutera de la que estabas enamorado. Sin haberte hecho otra cosa que quererte, me castigaste, ocultándome en el armario;  por el ojo de la cerradura vislumbré como le hacías el amor y eras feliz con ella. Cuando aquella guarra te abandonó, volviste humillado a mí y volví a sentir el calor de tu cuerpo y tus gemidos entrecortados. 


Volviste con tu amor, pero también con tu rabia; porque todo hay que decirlo: he aguantado más malo que bueno, a tu lado. Me mantenías encerrada en la casa, oculta a los vecinos, sin presentarme en los círculos sociales en los que pretendías pasar por ser alguien respetable. Recluida, desnuda y descalza la mayor parte del tiempo, sin importarte si hacía o no frío, siempre dispuesta para tus apetitos. Apenas algunos días –¡fueron tan pocos!- en que estabas juguetón, me vestías con lencería fina y tacones, y me decías cosas dulces al oído mientras me pintabas los labios de carmín. 


No tengo, la verdad,  muchas cosas que agradecerte; fui, es triste reconocerlo, un mero objeto sexual para ti. Yo era la que te servía para que descargaras, nada más. Nunca me preguntaste si me apetecía, si me dolía la cabeza o cómo me había ido el día. Tú llegabas y, sin darme los buenos días ni las buenas tardes, me follabas con desprecio falócrata. La mayor parte de las veces tu saludo era un pollazo en mi boca. Para ti, lo más parecido a un juego previo era arrojarme en el sofá y “regalarme” tus babosos magreos a juego con tu aliento cervecero, mientras te calentabas contemplando una película pornográfica, cipote en ristre. Copiosa ha sido tu brutalidad ¿He de recordarte que me “estucabas” el rostro con tus lecherazos sin pedirme permiso, cuando te salía a ti de los huevos? Tú ibas a lo tuyo, nada más. Solías acabar emitiendo un gruñido, luego, invariablemente, te girabas en la cama y dándome la espalda, soltabas un sonoro pedo. Ni una sola vez me preparaste una de esas veladas románticas que tanto nos gustan a las chicas, con sus velas, su música suave, la luz tenue y el champán enfriándose en la cubitera. Sí, recuerdo que me jodías encima de la lavadora, aprovechando el traqueteo que sacudía el aparato al hacer el centrifugado. ¡Mal nacido! ¿Qué te importaban a ti mis emociones y mis aspiraciones? No tuve anillo de compromiso ni me regalaste flores por San Valentín; y mucho menos se te pasó por la mente hacer planes de boda conmigo. ¡Con la ilusión que me hacía ir a Tenerife de luna de miel! 


Mentiría si dijera que sólo ha tenido sexo contigo, también he tenido violencia. Muchas noches llegabas borracho, dando alaridos y al verme me dabas bofetones y golpes, me volteabas y me estrellabas contra el piso. Decías que sentías asco al verme, que yo era el ejemplo palpable de todos tus fracasos, que te daba mala suerte y que el día menos pensado me descuartizarías en pedazos con unas tijeras de podar y me arrojarías a un contenedor de basuras. Luego, te abrazabas a mí, llorando, maldiciendo a la vida y sus tragedias, narrándome tus desamores y tus miserias. 


Muchas noches más fui tu confidente, de nuevo. Regresaron las chicas de pago, en más ocasiones, pero en muchas otras te acompañaba en tus desvelos. Sin embargo, el tiempo me deparaba, de nuevo, tristes augurios y, poco a poco, me condenaste al olvido. Otros brazos volvieron a abrazar tu cuerpo y te volviste a avergonzar de mí y terminé otra vez en un rincón del armario, esta vez por mucho tiempo.  


De haber podido llorar te hubiera llorado demasiadas noches... esperándote... pero no has llegado ninguna de ellas. El día despertaba, en mí, nuevas esperanzas pero caía de nuevo una noche solitaria, sumida en la espera y el desconsuelo. Sin embargo, siempre he seguido confiando en tu regreso. 


Hoy, tristes realidades te traen de nuevo; tu alma precisa consuelo ¿verdad? Y vuelves a mí, apestando a güisqui de garrafón. No te preocupes ni te avergüences, yo no tengo nada que reprocharte. Me dejaré de nuevo abrazar y, con todo mi quieto y silencioso cariño, seré de nuevo consuelo y compañía. No me importa el olvido al que me sometiste, ya lo he olvidado. No me importa; no con tu abrazo, porque ¿sabes, amigo? ¡yo te he querido! Te he querido más que nadie, te he sido fiel más que ninguna otra; yo, la más fiel y la más despreciada. Pero ya no me importa el silencio en el que he vivido, porque, ¡siéntelo, amigo!, ¡¡¡YO TE QUIERO!!! ¡¡¡PILARÍN, TÚ MUÑECA HINCHABLE, TE  QUIERE!!!

ESCRIBIRTE UN POEMA (por Amelia)



ESCRIBIRTE UN POEMA


Quise escribirte un poema
robándole a los tiempos su lisura;
aireé las sílabas en un suspiro,
las regué en el azul
y las teñí de afecto.

Busqué, en mi cajita de sueños,
alguna rima con encanto en su piel,
la aderecé en magentas
y la acompasé, con ritmo amable,
al fluir de mi ánimo.

Llené de estrofas un querer
y lo solté al viento
con la esperanza de que se alzara
por encima, incluso, de mi afán,
sobre un mar de palabras mágicas.

Y, cuando quise darme cuenta,
no quedaba más que el perfume
-suspendido entre folios en blanco
y anhelos de tinta-
de un verso que escribí,
pensando, sólo,  en regalártelo.