NO NOS PLAGIES

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sábado, 24 de julio de 2010

LA CUCHARA

Dialogando con una amiga, hace un rato, me manifestaba lo cansada que estaba de la vacuidad de la vida. Como la entiendo, le dije (en realidad, me dije): "Pues si no te gusta, ¡cámbiala!". Me contestó que no es posible cambiar el mundo, así sin más. Le di la razón; sin duda no podemos cambiar el mundo de la noche a la mañana, pero, al menos, si podemos empezar a cambiarlo. Y me vino a la cabeza un cuento que leí hace tiempo. NO os puedo nombrar a su autor, pues no lo recuerdo, pero si os puedo dejar mi versión, tal como lo recuerdo (la redacción es mía, no lo es el contenido).



Una pequeña aldea se cobijaba de los fríos y los vientos bajo una inmensa montaña. A la sombra de la montaña, la aldea había ido creciendo, amparada en la protección que aquella le brindaba. El medio era tan hostil por aquellas latitudes, que se hacía imprescindible protegerse de los vientos huracanados y los rotundos fríos que arrasaban por doquier. Y aquella montaña ofrecía un parapeto natural para aquellos intempestivos caprichos climáticos de la naturaleza más adusta.


Sin embargo, la gran embergadura de la mole montañosa privaba de luz a la aldea. Los rayos solares apenas incidían sobre ella unas pocas horas al día, y eso, solamente durante los meses del estío. Los inviernos se hacían largos y duros en la sombra casi permanente en que vivía la aldea.


La falta de luz solar había provocado que los habitantes de aquel lugar crecieran muy poco y, generación a generación, las venideras eran cada día más bajas. Los niños crecían raquiticos y con enfermedades en la piel y en los huesos.


Un buen día, el habitante más viejo de la villa, un anciano postrado desde hacía años en la cama, con grandes dificultades para moverse, para andar, abandonó su casa y se dirigió a los líndes del pueblo, al pié mismo de la montaña, portando en sus manos un gran cuchara de madera.


Los vecinos, extrañados, no daban crédito a sus ojos y, ante lo inopinado del hecho, le preguntaron, relamente sorprendidos:


- ¿A dónde vas, amigo, tú que hace años que no sales de tu hogar?


Él, en un hilo de voz, les responde:


- Voy a la montaña


- ¿A la montaña? - no pueden enterder qué se le puede haber perdido a aquel hombre en la montaña


- Sí, a la montaña.


- Pero... ¿Qué te lleva a la montaña?


La extrañeza de sus convecinos iba en aumento


- Intentaré desplazarla, para que deje pasar el sol


Su voz, aunque en tono bajo y apagado, era firme y decidida


- ¿Pretendes desplazarla y con esa cuchara?


La sorpresa estaba dando paso a la ironía. Aquel hombre no podía estar bien de la cabeza


- Sí- contestó sereno- Con esta cuchara


- Pero... ¡Tú estás loco!, ¡Nunca podrás!, Anda, anda... ¡vuelve a casa!


Nadie dudaba de que aquel hombre de avanzada edad lo único que estaba haciendo era desvariar sin sentido, pero él, se mantuvo firme y remató:


- No, no estoy loco. De sobra sé que no podré, es evidente, tengo una cuchara y me enfrento a la montaña más majestuosa que pueda haber conocido en mi larga vida, pero... ¡alguien tiene que comenzar!....





2 comentarios:

  1. Interesante, me gusta. El poder real,es el que mueve nuestro interior, no no es tanto lo que tienes o aparentas tener, si no sobre lo que puedes decidir y aquí somos mas responsables de lo que parece.

    Un besito

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  2. Perdona lo que he tardado en contestarte. Realmente creí que lo había hecho.

    Efectivamente, el poder real radica en nosotros mismos. Aquello no es quién puede, sino quién quiere, tiene mucho de razón. Sólo uno puede, con su voluntad, ponerse en el camino, pues éste no vendrá a nosotros, sino nosotros hemos de ir a él. Lo de Mahoma y la montaña, a fin de cuentas.

    Me gustó este cuento cuando lo leí. Me gusta cuando lo recuerdo. Y me ayuda a ser consciente de que tengo la cuchara, que lo que tengo que hacer es empezar...

    Un besiño

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