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martes, 31 de agosto de 2010

En la Basílica (II): Eva. Irreverencias.





2.- Eva. Irreverencias




Por un segundo he leído tus poemas según la posición de tus dedos. Por un segundo mis ojos han sentido intensamente un iris de luz nueva en ellos.

Apenas una décima de segundo me bastó para saber que te acercarías a mi mesa y que tus palabras me llevarían a tus brazos. Y que el amargo café que dejaba en aquella mesa nunca más podría ser consumido por mis labios. Quedaron presos en una boca que prometía el infinito.

No más de un instante sentí tu cuerpo junto al mío. Y sentí que no podría pararlo. Que el propio deseo sería más fuerte que la oportunidad de arrepentirme y escapar de la locura que me devoraba.

Pero el instante se convirtió en tiempo indefinido. Y sin saber qué manos me abrazaban ni qué boca investigaba mis misterios, me abandoné al deseo. Manos de poemas y besos de epopeyas plagaron mi cuerpo, mientras mi prosa corría ávida por tus rincones. Tus rimas recorrieron mi pecho que, excitado, se ofreció, solícito. Tus metáforas se pararon en mi vientre que tembló, impreciso. Una estrofa de pasión siguió bajando y, como corola que ante el sol se abriera presta, cedí ante tu pluma de poeta y permití tu paso por mis letras. Y corrieron, los verbos, por nuestros cuerpos; los predicados que exhalábamos marcaban un ritmo preciso y acompasado de pasiones. Cerré los ojos para ampliar las sensaciones y el mundo desapareció, de pronto. NO había más que un par de palabras que lo llenaban todo, susurradas suavemente, dulcemente, entre tu pelo y el mío, "te quiero". Y, acallándose el silencio más aún, en ese instante en que el cielo se abrió para escucharnos, un sutil suspiro lleno de sensaciones perfumó el aire. Y expiró de inmediato mientras nos fundíamos en el fuego del beso más deseado. ¿Estaban nuestras lenguas, acaso, confirmando que éramos, por nuestro propio desacato, reos de muerte, sentenciados?

Abrí los ojos, nueva. Nuevo era todo desde ese instante. Nuevo mi cuerpo que vibraba ante el literario escenario del amor. Miré a mi lado y … ¡no había nadie!.

Te había soñado.

Tal vez, sólo tal vez, en esta ocasión, fuéramos indultados. La guillotina no caería sobre nuestras cabezas. Sólo había sido soñado...

Pero las sábanas guardaban el secreto. Ellas se apropiaron de nosotros y nuestra estela de amor quedó impresa, para confirmar mi sueño. La prueba la guardo yo. Sólo yo conozco este relato. Sólo yo he sentido tus palabras como saetas ardientes en mi sexo. Te guardaré el secreto.








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