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domingo, 27 de junio de 2010

UN DÍA PARTICULAR EN LA VIDA DE GREGARIO GARCÍA (por Héctor)



UN DÍA PARTICULAR EN LA VIDA DE GREGARIO GARCÍA


El día empieza mal, Internet no funciona. Lo que fuese que se hubiese averiado no podía haber escogido un momento más inoportuno. Gregorio García, sentado en calzoncillos frente a su portátil, se siente frustrado;  está nervioso, la hazaña cometida el día anterior pesa demasiado en su ánimo. Con el propósito de informarse acerca de su proeza por otro medio, decide vestirse y acercarse hasta el quiosco de la esquina, pero lo encuentra cerrado. Un cartel sujeto con celo explica el motivo: huelga de los repartidores de prensa. Gregorio se cabrea y con gesto agrio barrunta un par de tacos. Es domingo, poco más de las nueve de la mañana y ya todo parece torcerse obedeciendo a una espesa conspiración del destino. Sabe que será difícil, pero quizás en la fotografía que publiquen -porque publicarán imágenes de aquel despelote, eso es seguro- llegará a reconocerse. Gregorio busca esa foto, necesita esa foto, ya ha decidido que la colgará en el estudio y que aprovechará aquel marco de madera que tiene por casa (bastará con quitar el diploma de asistencia al campeonato de petanca del camping y asunto resuelto). Todavía con el resquemor reciente de haberse encontrado cerrado el quiosco, Gregorio se pone a los mandos de su coche para ir a la gasolinera a comprar el pan. Por el camino nota que el vehículo emite un sonido sincopado, que le alarma, las pequeñas catástrofes se van acumulando una tras otra. Conecta la radio para distraerse, sintoniza su emisora deportiva preferida y lo que escucha de boca del locutor le indigna: El seleccionador nacional de fútbol excluye nuevamente a R de la convocatoria ante el decisivo partido contra Irlanda del Norte: “¡Valiente hijo de puta! ¿Por qué no lo echan? ¿Cómo coño queremos clasificarnos si R no juega?”. Ojalá le pusieran a él de seleccionador, se encargaría de poner a todos esos vagos a correr. Definitivamente -dictamina- son todos unos putos señoritos que no sienten los colores.

Al llegar a la gasolinera, extrae su tarjeta de crédito para pagar el pan y es entonces cuando ocurre el incidente: La-tonta-del-culo-de-la-dependienta, una-inmigrante-latina-de-mierda, certifica mentalmente Gregorio, al leer su nombre en el carné de identidad, va y dice:

-Señor Gregario García.
-Gregario no, Gregorio, me llamo Gregorio García ¿Tanto cuesta leer Gregorio?
-Usted perdone, caballero.

Compungido, Gregorio vuelve a su vehículo. La cosa que más le jode en esta vida es que le cambien el nombre; “eso, eso, te... despersonaliza”, alcanza a decirse Gregorio. Ya ha blasfemado siete veces y aún no son las diez de la mañana. Se detiene en un semáforo y contempla una valla publicitaria que aún exhibe un cartel en el que se solicita el voto para el partido del Gobierno. Gregorio lo contempla con desdén. Está muy decepcionado con el actual Gobierno y piensa votar a los otros -al principal partido de la oposición- en cuanto convoquen nuevas elecciones. Lleva toda la vida votando más o menos alternativamente a uno de los dos partidos mayoritarios. No suele dedicar mucho tiempo a pensar en la política, hay veces en que a pie de urna decide a quien va a votar. La última vez que adquirió una tostadora le supuso un mayor esfuerzo de reflexión intelectual que la tarea de escoger candidato, al fin y al cabo no vale la pena matarse pensado en ello. “Todos los políticos son iguales”, sentencia solemnemente mientras la señal de paso se pone en verde. Ya se había olvidado del ruidito de marras, pero éste vuelve a manifestarse.  Gregorio piensa que ya es hora que vaya considerando en cambiarse el coche, ya tiene dos años y medio y, con la rapidez con que evoluciona el mercado automovilístico; pronto se quedará obsoleto, quizás debería ir comprando revistas de coches para empezar a comparar modelos. Su vecino se ha comprado un Audi; Gregorio lleva toda la semana pensando en ello. Por el empleo que tiene su vecino, deduce que ese gilipollas gana incluso menos dinero que él, así, que no entiende cómo se ha podido comprar un coche mejor que el suyo. En general no entiende cómo hace la gente para llevar el tren de vida que lleva; que si coche nuevo, que si segundas residencias, que si cruceros con toda la familia...  Pensar en  todo ello le pone enfermo, incluso melancólico, Gregorio cree que la vida le está negando goces legítimos. Nuevamente se detiene ante otro semáforo, otra valla publicitaria que anuncia una empresa de reunificación de créditos le da la respuesta al enigma de su vecino: ¡Claro! El hijo de puta debe haber renovado la hipoteca. “¡Coño! yo también puedo hacer lo mismo!” Rumía que la parienta igual no lo ve tan claro. Ya puede oír las objeciones que opondrá su mujer. Habrá que añadir algo para endulzarle la píldora, le dirá que junto al todoterreno irán la secadora de ropa por la que suspira y unas vacaciones en Eurodisney con los niños.

Gregorio aparca en su calle, entra el bar que hay frente al edificio en el que vive y pide un café con leche y un cruasán. Ramiro, el dueño del bar, le dice que a él tampoco le han traído la prensa. Gregorio recuerda que Manolo -su compañero de almacén- vive apenas a un par de manzanas y tiene internet en casa. Gregorio sabe que Manolo no le pondría reparos si quisiera consultar algo en su ordenador, el problema es que no quiere que se entere de su proeza; ni él, ni nadie del trabajo. Sus compañeros no pueden entender lo que Gregorio ha hecho, están genéticamente incapacitados para ello, son gente adocenada, buena gente, pero borregos. Hay que tener mucho valor, una mente muy abierta y gran anchura de miras para atreverse a participar en algo como lo del día anterior. ¿Cómo explicarle a los mangurrinos del almacén su falta de pudor en el momento de salir al césped? Y explicarles, además, que lo ha hecho voluntaria y gratuitamente, por amor al arte. Gregorio constata con orgullo que hay que tener mucha personalidad para llevar a cabo lo que él se ha atrevido a hacer. Nuestro héroe ultima el cruasán y descarta visitar a Manolo. Por otra parte, es casi seguro que su compañero le entretendrá -es un buenazo, pero un plasta-, y la verdad es que querría ver el Gran Premio de automovilismo de Malasia que retransmiten por televisión y antes tiene que lavar el coche. Además, luego le ha prometido a su mujer que irían con los niños a pasar la tarde en el centro comercial,  ya que es el único domingo del mes en que abre. Y más tarde queda cenar con la familia en el McDonald´s. A Gregorio le priva comer en los McDonald’s, es de los que se deleitan con la flojedad del pan y la blandura de la carne, le arrebata ese rastro de insatisfacción que deja la hamburguesa en la boca, ese deseo imperioso de pedir otra. Piensa en que esa noche irá a la hamburguesería y la idea le mece el apetito. Como siempre que van, adoptará una pose un tanto desdeñosa, dirá que a él no le gusta la comida basura y que todo en conjunto es una americanada, pero que hay que sacrificarse por los niños.

Gregorio regresa a su casa. Sin convicción pone en marcha el ordenador y ¡bingo!, internet vuelve a funcionar. Inmediatamente consulta las ediciones de la prensa digital, encuentra la noticia que busca y se concentra en la imagen que la acompaña. Un fotógrafo recorre el mundo retratando multitudes desnudas para mostrar plásticamente la vulnerabilidad del ser humano. Gregorio cree reconocerse, está seguro, señala con la uña la pantalla, un píxel le ha inmortalizado. Fuerza la mirada apretando los párpados y frunciendo el ceño; sí, es él, está allí, recuerda donde le colocaron, está allí, junto a otras cinco mil personas que posan desnudas sobre el césped del estadio. Gregorio García y cinco mil desconocidos más, semejantes a una bandada de flamencos asustados, una masa rosácea de cuerpos apretujados. Gregorio alza la mirada de la pantalla y suspira orgulloso, es una estrella entre miles, un astro cuya luz personal se solapa hasta la insignificancia, sepultada entre la amalgama obscena de aquella cárnica vía láctea.


5 comentarios:

  1. Me gusta el título, los colores... ahora queda ir llenándolo con las gotas de vuestro sudor. ¿Aparecerán textos "exclusivos" o los simultanearéis con los de las arenas?
    Un abrazo a los dos

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  2. Me gusta.... a mí no me importaría nada salir en la foto.

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  3. Qué alegría, Caballero...

    Por el momento, lo más seguro es que vayamos recuperando textos antiguos, recuperados entre "las arenas". Pero también habrá alguna que otra "exclusiva".

    ¡Bienvenido!

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  4. Ay, Carmencita, jejeje... ¡eso ya me lo imaginaba yo!. Vamos, sin problema alguno.

    Un bico, guapa.

    Amelia.

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  5. Saludos Carmencita. Bueno, Caballero, sudor, espero que no sudemos mucho.

    Gracias y saludos a los dos.

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