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martes, 29 de junio de 2010

PIGMALIÓN Y GALATEA

Os dejo el depertar de Galatea, surgida del docto cincel de Pigmalión. Os cuento ese despertar en dos textos, íntimamente ligados. En el primero, Pigmalión se enfrenta a la piedra (Pigmalión, a los primeros rayos de sol) y, en el segundo, Galatea despierta a la vida (Galatea despertó del sueño de la pieda enamorada)




PIGMALIÓN A LOS PRIMEROS RAYOS DE SOL

Había estado lloviendo muchos, muchos días; durante demasiados días grises, pero ahora, el tímido sol parecía querer romper la que casi se había convertido en nube de piedra. Sus timoratos rayos comenzaron a calentar el gélido ambiente y, así, poco a poco, el frío remitía y la luz se convertía en única protagonista. Aquello le permitía un resquicio a la esperanza.

Su fluctuante carácter, su ser de ida y vuelta, ante el sol, se reavivaba y se ofrecía nuevo y, aquel día, de forma especial, sintió que la creatividad dormida tanto tiempo, como el sol de primavera, despertaba del letargo frío y húmedo. Aquel hombre, tanto tiempo sumergido en los abismos del pensamiento caníbal, creía que de la roca, del barro o del metal, como prisioneros o esclavos cautivos, sólo surgirían seres dolientes como su propio yo. Cual Miguel Ángel, quiso verse artífice de la liberación, arrancando a la piedra su tormento, al barro su dolor y el sudor al inerte metal. ¿Podría él, acaso, liberar a sus esclavos para ser, de algún excelso mausoleo, tenentes de lujo?

No, la atormentada energía, la "terribilità" michelangiolesca, no parecía su herramienta en aquel momento. Y, desde luego, su erróneo pesar por el gris había quedado relegado al olvido con los rayos de sol que ya prometían inundarlo todo

Se enfrentó a la piedra, una vez más, sintiéndose como la divinidad única que habitara en el cenit de un espacio infinito y virgen. Y sus dedos, otrora agarrotados por el frío de su helada sangre adormecida, parecían ungidos de virtuosismo y, ante él, nacida como si santificada fuera antes, incluso, de su bautismo, empezó a surgir bella una sirena de estrellas.

Magia. Sintió la magia que lo impregnaba todo. La sintió en el mineral que tomaba cuerpo en sus manos. Allí no había esclavos ni cautivos, sino vida alegre que porfiaba por cantar a la mañana.

Surgió, del mármol, bella; se modeló dulce y cadenciosa y resultó ser perfecta, su Galatea.




GALATEA DESPERTÓ DEL SUEÑO DE LA PIEDRA ENAMORADA


Absorto ante la contemplación exhausta de su obra perdió la noción del tiempo. No en vano, nunca antes de sus manos y su cincel había surgido nada comparable. La belleza más excelsa, aquella que sólo habita en sueños, había quedado cautiva en el mármol blanco. Y él se sintió, de pronto, como su carcelero. Si ante la piedra soñó liberar al esclavo que la habitaba, ahora se advertía como su celador y guardián.

No pudo evitar que sus manos, casi como si de un rito sagrado se tratara, acariciaran la epidermis de roca, suavemente, maravillándose de que, ante el paso admirado de sus dedos, el tacto no fuera frío, como prometía el granítico joyel, sino de terciopelo.

Una y otra vez sus dedos marcaron el camino que los ojos bendecían en el cuerpo inerte de Galatea y, una y otra vez, sintió el contacto cálido que anunciaba un torrente de sangre tras la piedra.

Un irrefrenable impulso se apoderó de todos sus pensamientos y sus actos y, abandonándose a él, de forma apasionada, unió sus labios con los de la bella escultura. La sangre se agolpó en su boca y, con igual calor, la sangre le devolvió el beso. Un torbellino de fugaces luces y de ansias eternas, dormidos en su ser desde que el tiempo era, despertó a borbotones en su cuerpo y sintió el arrebato de amor más pasional de toda la historia de los hombres.

Y su obra respondió con la misma intensidad en aquel beso y en aquel subir al cielo. La desnudez vítrea del alabastro se cubrió de sepias y oros; se ruborizó la pétrea piel de cera ante el contacto de otra piel y un ligero temblor recorrió toda la anatomía de la talla. Se adivinaron los surcos azulados de unas venas por las que corría la vida, palpitando. Y de los labios surgió, apenas audible, un ligero suspiro de placer.

Galatea despertó del sueño de la piedra enamorada.

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