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domingo, 27 de junio de 2010

REGALIZ Y PILARÍN (un relato conjunto; por Amelia y Héctor)



REGALIZ Y PILARÍN 

 

REGALIZ 




¿Te acordabas acaso de mí?.

Soy Regaliz. ¿Te acuerdas?. Sí, creo que sí, no puedes olvidarme del todo. Aunque ahora esté dormido en el fondo de un armario, triste y olvidado y el polvo se haya ido acumulando en mis muchas cicatrices. Durante años fui zurcido y remendado a pesar de que  cada una de las heridas en mi sufrido cuerpo eran, en ti, llantos e hipos.

¡Te acuerdas!... Sí, no puedes negarlo. Por eso hoy has abierto el armario y me has buscado; y tu abrazo me ha reconfortado. Eso sí,  tengo una gran pena, ¡qué hayas tardado tanto!.

Eras un crío, apenas unos pocos años, dos quizás, acaso tres, o a lo sumo cuatro. Algo más de cuarenta años han pasado y ¡Cuántos recuerdos!... Tantas y tantas noches juntos: tu cama era mi cama. En tu errático deambular por las camas de la casa te he seguido; siempre ibas tiernamente abrazado a mi desgastada pana. En la cama de los papás, en tus primeros años, junto al calor amable de mamá -que así también yo la he considerado- y los pequeños ronquidos de papá, que casi nos acunaban;  o, durante esas noches de miedos, en la cama de alguno de tus hermanos mayores, que de mí tanto se reían; O en la cama supletoria, cuando algún amigo venía a casa y se quedaba a dormir, desplazándonos los dos a ella; aún recuerdo el muelle suelto, el que me provocó aquel costurón tan grande que luzco en toda mi espalda


Testigo he sido de todos tus miedos; de aquellos que acallaste y aquietaste en tu mente gracias a los fuertes achuchones que me dabas. Tu carita dulce era mi almohada en esas noches. Y aquellos suspensos que alguna vez trajiste y que, en mi cuerpo, encontraron el consuelo; o las confidencias sobre aquella pelirrojilla pecoseta que tanto rabiar te hacía...  ¡si hasta me clavabas las uñas en mi, ya por entonces, ajada piel de paño!. Y, ¿te acuerdas?; tu primer beso, en mí lo escenificaste, sin pudor -bueno, a mí sí lo produjo, aún no sé como no lo sentiste, pero creo que hasta se encogieron mis costuras-. Y, luego, las decepciones, que también lloré contigo. Los exámenes tan duros, junto a tu mesa de estudio, tantas noches. ¿Y el primer día de universidad?...

Pero poco a poco me fuiste arrinconando. Un buen día, me apartaste de aquella mesa de estudio dónde tanto y tanto habíamos pasado y fui relegado a una estantería. Desde allí asistí a otros abrazos furtivos en noches fugaces; y aquella pecoseta, que antaño tanto te hiciera rabiar, fue haciéndose la dueña del que otrora fuera mi regazo.

Un buen día, te fuiste de aquella casa y me quedé solo, durante meses y meses, en la habitación vacía y oscura. Pero al tiempo volviste, lloroso, un día. ¡Un hombretón enorme, llorando como un niño! Y te acercaste a mí, sin verme. Cogiste un libro del estante inmediato y, no sé bien cómo, caí al suelo. Y entonces sí, entonces me cogiste con mimo, me miraste profundamente a mis negros azabaches y te comprendí: estabas solo. Esa noche volví a sentir tu calor. Compartí otra vez tus alterados sueños y tus lágrimas mojaron mi reseco cuerpo hasta que,  el final te pudo el cansancio y tus ojos vencieron a la vigilia: despertaste fuertemente agarrado a tu regaliz... Aquella noche creí que habías comprendido, por fin, el dolor que sentí en tu ausencia.


Muchas noches más fui tu confidente, de nuevo. Volvía al estante muchas veces, pero en muchas otras te acompañaba en tus desvelos. Sin embargo, el tiempo me deparaba, de nuevo, tristes augurios y, de nuevo, poco a poco,  me condenaste al olvido. Otros brazos volvieron a abrazar tu cuerpo y te volviste a avergonzar de ese peluchito y terminé otra vez en un rincón del armario, esta vez por mucho tiempo.

He llorado calladas y secas lágrimas demasiadas noches... esperándote... pero no has llegado ninguna de ellas.. El día me deparaba nuevas esperanzas, pero caía de nuevo una noche solitaria, sumida en la espera y el desconsuelo. Sin embargo, siempre he seguido confiando en tu regreso. 

Hoy tristes realidades te traen de nuevo, tu alma precisa consuelo ¿verdad?. Y vuelves a mí. No te preocupes ni te avergüences, yo no tengo nada que reprocharte. Me dejaré de nuevo abrazar y, con todo mi quieto, silencioso e inanimado cariño, seré de nuevo consuelo y compañía.  No me importa el olvido al que me sometiste, ya lo he olvidado. No me importa, no con tu abrazo, porque ¿sabes, amigo? ¡yo te he querido!.Y ya no me importa el silencio en el que he vivido, porque, ¡siéntelo, amigo!, ¡¡¡YO TE QUIERO!!!




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PILARÍN
 



¿Te acordabas acaso de mí? ¡Cabrón! 


Soy Pilarín. ¿Te acuerdas? Sí, creo que sí, no puedes olvidarme del todo. Mi cuerpo era tuyo y lo usabas a tu antojo. Mi boca, mi vagina y mi ano estaban siempre a tu disposición. Yo soportaba tus acometidas y tus eyaculaciones sin protestar, con los ojos abiertos, en silencio. 


¡Te acuerdas!... Sí, no puedes negarlo. Por eso me has buscado, y has llorado después de correrte, abrazado a mí, lamentando que hayas tenido que volver a cobijarte en mi despreciado cuerpo. Eso sí,  tengo una gran pena, ¡qué hayas tardado tanto!  


Eras un crío, apenas un mozalbete adolescente, cuando entré en tú vida. Tenías más espinillas en la cara que granos de arroz tiene una paella y el brazo derecho más musculado que el izquierdo, de lo mucho que le dabas a la zambomba. Yo cambié tu vida sexual. Fui tu primer amor, los primeros pechos duros que babeaste. Algo más de cuarenta años han pasado y ¡Cuántos recuerdos!... Tantas y tantas noches juntos: tu cama era mi cama. En tu errático deambular por las camas de la casa te he seguido; siempre ibas tiernamente abrazado a mi cuerpo. Me follabas en la cama de tus papás cuando ellos no estaban, también en la cama de alguno de tus hermanos mayores, que de mí tanto se reían; O en la cama supletoria, cuando algún amigo venía a casa y se quedaba a dormir, desplazándonos los dos a ella; aún recuerdo el muelle suelto, el que me provocó aquel costurón tan grande que luzco en toda mi espalda. Luego me cedías a tu amigo. 


Fuimos muy felices, pero poco a poco me fuiste arrinconando. Un buen día, aparecieron otras chicas de dudoso gusto con  el maquillaje, calzando botas de caña alta, tatuadas más arriba de la rabadilla, mascando chicle y con piercing en la lengua. Tú les dabas dinero y ellas te hacían todo tipo de cosas. Solías fornicarlas sin preocuparte que yo estuviera presente en la misma habitación, sentada en un rincón; más de una vez me salpicaste a propósito. Aquellas putas me miraban, se reían y gastaban bromas a mi costa. Nunca te importaron mis sentimientos. En ocasiones, me obligabas a compartir el lecho con tus putitas, en enloquecidos tríos. Yo lo aguantaba todo estoicamente, convencida de que mi amor podría cambiarte. 


Luego entró  en tu vida la pecosa, aquella frutera de la que estabas enamorado. Sin haberte hecho otra cosa que quererte, me castigaste, ocultándome en el armario;  por el ojo de la cerradura vislumbré como le hacías el amor y eras feliz con ella. Cuando aquella guarra te abandonó, volviste humillado a mí y volví a sentir el calor de tu cuerpo y tus gemidos entrecortados. 


Volviste con tu amor, pero también con tu rabia; porque todo hay que decirlo: he aguantado más malo que bueno, a tu lado. Me mantenías encerrada en la casa, oculta a los vecinos, sin presentarme en los círculos sociales en los que pretendías pasar por ser alguien respetable. Recluida, desnuda y descalza la mayor parte del tiempo, sin importarte si hacía o no frío, siempre dispuesta para tus apetitos. Apenas algunos días –¡fueron tan pocos!- en que estabas juguetón, me vestías con lencería fina y tacones, y me decías cosas dulces al oído mientras me pintabas los labios de carmín. 


No tengo, la verdad,  muchas cosas que agradecerte; fui, es triste reconocerlo, un mero objeto sexual para ti. Yo era la que te servía para que descargaras, nada más. Nunca me preguntaste si me apetecía, si me dolía la cabeza o cómo me había ido el día. Tú llegabas y, sin darme los buenos días ni las buenas tardes, me follabas con desprecio falócrata. La mayor parte de las veces tu saludo era un pollazo en mi boca. Para ti, lo más parecido a un juego previo era arrojarme en el sofá y “regalarme” tus babosos magreos a juego con tu aliento cervecero, mientras te calentabas contemplando una película pornográfica, cipote en ristre. Copiosa ha sido tu brutalidad ¿He de recordarte que me “estucabas” el rostro con tus lecherazos sin pedirme permiso, cuando te salía a ti de los huevos? Tú ibas a lo tuyo, nada más. Solías acabar emitiendo un gruñido, luego, invariablemente, te girabas en la cama y dándome la espalda, soltabas un sonoro pedo. Ni una sola vez me preparaste una de esas veladas románticas que tanto nos gustan a las chicas, con sus velas, su música suave, la luz tenue y el champán enfriándose en la cubitera. Sí, recuerdo que me jodías encima de la lavadora, aprovechando el traqueteo que sacudía el aparato al hacer el centrifugado. ¡Mal nacido! ¿Qué te importaban a ti mis emociones y mis aspiraciones? No tuve anillo de compromiso ni me regalaste flores por San Valentín; y mucho menos se te pasó por la mente hacer planes de boda conmigo. ¡Con la ilusión que me hacía ir a Tenerife de luna de miel! 


Mentiría si dijera que sólo ha tenido sexo contigo, también he tenido violencia. Muchas noches llegabas borracho, dando alaridos y al verme me dabas bofetones y golpes, me volteabas y me estrellabas contra el piso. Decías que sentías asco al verme, que yo era el ejemplo palpable de todos tus fracasos, que te daba mala suerte y que el día menos pensado me descuartizarías en pedazos con unas tijeras de podar y me arrojarías a un contenedor de basuras. Luego, te abrazabas a mí, llorando, maldiciendo a la vida y sus tragedias, narrándome tus desamores y tus miserias. 


Muchas noches más fui tu confidente, de nuevo. Regresaron las chicas de pago, en más ocasiones, pero en muchas otras te acompañaba en tus desvelos. Sin embargo, el tiempo me deparaba, de nuevo, tristes augurios y, poco a poco, me condenaste al olvido. Otros brazos volvieron a abrazar tu cuerpo y te volviste a avergonzar de mí y terminé otra vez en un rincón del armario, esta vez por mucho tiempo.  


De haber podido llorar te hubiera llorado demasiadas noches... esperándote... pero no has llegado ninguna de ellas. El día despertaba, en mí, nuevas esperanzas pero caía de nuevo una noche solitaria, sumida en la espera y el desconsuelo. Sin embargo, siempre he seguido confiando en tu regreso. 


Hoy, tristes realidades te traen de nuevo; tu alma precisa consuelo ¿verdad? Y vuelves a mí, apestando a güisqui de garrafón. No te preocupes ni te avergüences, yo no tengo nada que reprocharte. Me dejaré de nuevo abrazar y, con todo mi quieto y silencioso cariño, seré de nuevo consuelo y compañía. No me importa el olvido al que me sometiste, ya lo he olvidado. No me importa; no con tu abrazo, porque ¿sabes, amigo? ¡yo te he querido! Te he querido más que nadie, te he sido fiel más que ninguna otra; yo, la más fiel y la más despreciada. Pero ya no me importa el silencio en el que he vivido, porque, ¡siéntelo, amigo!, ¡¡¡YO TE QUIERO!!! ¡¡¡PILARÍN, TÚ MUÑECA HINCHABLE, TE  QUIERE!!!

2 comentarios:

  1. Noraboa.... fántastico relato; rabioso, rómantico, tierno , brutal y sensible a la vez....e moi inxenioso.


    Un bico

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  2. Me alegra un montón que te haya gustado. Y si logramos arrancar una sonrisa de algún lector, esa será la mejor recompensa a nuestras letras.

    Un biquiño


    Amelia

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